Un recorrido por los lugares afectados por la epidemia de peste que asoló Córdoba entre 1649 y 1651.
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Parroquia de Santa Marina
Tras la reconquista de Córdoba por Fernando III el Santo, la ciudad fue organizada administrativamente en catorce parroquias o collaciones bajo el gobierno del Concejo de Córdoba. Cada parroquia contaba con una iglesia en cuyo interior o explanadas anejas eran enterrados sus feligreses. En la collación de Santa Marina se detectaron los primeros casos de peste en mayo de 1649; un hombre y una mujer fueron enterrados en su cementerio en el más en el más absoluto secreto para no alterar el ánimo de los cordobeses ante lo que se avecinaba.
Plaza de la Corredera
En la Plaza de la Corredera recordamos la situación de Córdoba en la epidemia de peste que se produjo en 1649, narrada en el libro de Nicolás de Vargas, médico de la ciudad. El Obispo Pimentel y el Concejo de Córdoba fijaron normas sanitarias para afrontar una nueva epidemia, como la creación de una Junta de Salud, posteriormente convertida en Junta de Sanidad tras la visita del Canciller Juan de Góngora, quien ordenó el cierre de las puertas de la ciudad, excepto tres, con el fin de que no entrasen personas con síntomas de la enfermedad. Se establecieron duras sanciones para los médicos que huyeran de la ciudad y se ordenó que las boticas estuvieran repletas de remedios. Es el momento en que se funda el Hospital de la Corredera de Nuestra Señora del Socorro, cuya iglesia está actualmente junto al Arco Bajo, junto a otros establecimientos sanitarios a lo largo de la ciudad.
Campo Santo de los Mártires
A los pies de las murallas del Alcázar de los Reyes Cristianos había un charcón de agua estancada que era conocido como el rio Verde. Las autoridades locales ordenaron su secado ya que pensaban que los vapores que se levantaban de la laguna eran causa de la pestilencia. Esta medida sanitaria se hizo a semejanza de lo actuado con una laguna en Alcalá de Henares, fuente de enfermedades.
Puerta del puente
Se estableció un sistema de vigilancia de los vados del río Guadalquivir para que no entrasen personas desconocidas, posibles portadoras de la enfermedad del contagio que ya estaba muy implantada en la cercana Sevilla. Esta vigilancia la realizaban jóvenes a caballo y miembros de los gremios de la ciudad.